lunes, 26 de septiembre de 2016

RECOMENDACIÓN: "MIGUEL DE CERVANTES. LA CONQUISTA DE LA IRONÍA", DE JORDI GRACIA

Entre desastres navales y revueltas, el pesimismo político, la derrota militar y la generalización de la pobreza, entre los Austrias menores y sus validos, se alzó el esplendor literario nacido de la pluma de Cervantes a la luz de la Corte más barroca de Europa.


Cuando ya nada importaba demasiado, y cuando nadie esperaba nada de él, ni siquiera él mismo, Cervantes imaginó un relato inimaginable e imposible, sobre todo en su tiempo y casi en el nuestro también.

El descubrimiento del Quijote hizo a su autor dueño de una invención que cuajó más allá de sus cincuenta años, pues, únicamente, con la madurez encontró en la novela el taller de la ironía y la libertad para contar la realidad

Supo, en ese momento, desatarse de los dogmas de todos, incluidos los suyos, y, sin saber bien cómo, exprimió las virtudes del soldado católico y luchador, que había sido, en un libro sin ley, genuinamente nuevo e inimitable.

Ideó un artefacto que duplicaba la realidad mientras la imitaba y desmontaba cualquier coartada que redujese a razones simples o totalizadoras la complejidad de lo real.

La vida de Cervantes fue un contar sin descanso, contar arrobas y fanegas, contar vecinos y deudas, contar maravedíes, contar sacos, contar trolas y contar con otros aunque nada debería hacer pensar que se quedó sin tiempo para contar historias por escrito, escucharlas a otros, pensarlas mientras cabalgaba de un sitio a otro y dormía una y otra vez en ventas, casas ajenas, posadas y lugares improvisados, enterándose de las mil y una maneras que esas gentes tenían de sobrevivir, de pasar el rato, de engañarlo, entretenerlo y hasta de matarlo.

El asalto de la vejez no llegó solo, sino confabulado con el asalto de una realidad nueva, entre la murga de las cuentas y el frenesí de papeles y recibos, del desaliento por batallas diarias a ras de sueldo y celda; estuvo hecho de padecer la vulgar codicia del defraudador o de la inmoralidad de los mandos más próximos, de la admiración ante el ingenio ajeno y ante el lenguaje inventado y reinventado tanto en la calle como en las audiencias como en los libros, curiosísimo de cada variante y cada matiz, de cada retruécano y de cada invención chistosa y banal, sutil y deslumbrante, pegado a la vivencia de una prisión desaforada y a las secuelas morales de pelear contra la prepotencia judicial o la incertidumbre sobre cuentas pendientes que podían estar mal hechas o podía haber aprobado equivocándose.

La verdad que contenían sus cuentos no era la de las cosas que sucedían en ellos, sino que tenían en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados

Tenía muy rumiado que las buenas historias lo eran por el modo de contarlas, sobre todo cuando parecían historias inventadas pero eran, a la vez, historias verdaderas sobre la realidad verdadera

No hubo dos Cervantes, uno realista y otro fantástico, uno de fe y otro descreído, uno aventurero y otro costumbrista

Hubo un solo Cervantes que se batía con todo e inventaba lo que nadie inventaba, ensayaba mezclas sin miedo y seguro de sí mismo

Hubo un único Cervantes reeducado para una visión más esponjosa y menos rígida del mundo,, incluso, irónica como modo de designar el destilado de la experiencia vivida: la realidad no se dejó traducir a principios absolutos, pues el sentido de lo real, a veces, es imposible de atrapar en una verdad prefijada y univoca.

Cervantes propició, antes que nadie, el adiestramiento del lector en una realidad que vivía en las contradicciones y renunció a falsificarla

Prefiguró la conciencia moderna, encarnándola en un personaje en quien la lucidez y la locura convivían, inextricablemente, una con la otra.

Con el Quijote, la ficción empezó a ser un arma de destrucción masiva de ideas monolíticas o presupuestos absolutos, pues activó la percepción de la simultaneidad de verdades inconciliables o de verdades contradictorias y destinadas a exponer a los hombres a la condición de una desprotección feliz y liberadora, sospechosos todos de ser, en alguna medida, héroes y orates, sabios y ridículos, cuerdos y locos.

Esta biografía aspira a despojar a Cervantes de los cuatrocientos años de historia que le han caído encima para acercarnos a su dimensión humana y sentimental, a su condición de firme hombre de armas e inagotable hombre de letras, al escritor único y a su vitalidad arrebatada, a su defensa de la mujer y a su afán por entender la existencia como nadie la había entendido hasta entonces: en la encrucijada moderna de la ironía. Esa ha acabado siendo su mejor intimidad.

Ni desvalido ni predestinado, Cervantes logró escapar de su tiempo para plantarse en el centro del nuestro pues únicamente los clásicos viven como auténticos modernos

Sin embargo, ninguno lo es tanto como Cervantes en el Quijote, cuando ya la edad le encorva la espalda, sigue entera la alegría y nada le amarga el ánimo

La ironía y el ideal se dan la mano por primera vez en una novela imposible en su tiempo y tan genial hoy como entonces

Algunas de las razones para ese sortilegio están en esta biografía escrita por Jordi Gracia con un excelente pulso narrativo, a pie de calle, fidedigna y renovadora.

Se cumplen cuatrocientos años del fallecimiento de Cervantes, conmemoración clave de 2016 en España y es el momento idóneo para esta biografía, que, realmente, se centra en retratar a Cervantes como hombre y como escritor.

Un recorrido exhaustivo por la vida de Miguel de Cervantes que ilumina la evolución de su pensamiento y escritura.

"Miguel de Cervantes. La Conquista de la Ironía", que fue publicado por Taurus, tiene 465 páginas y puede ser adquirido por un precio de 23,90 euros.


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