sábado, 14 de enero de 2017

RECOMENDACIÓN: "LOS CAÑONES DE AGOSTO: TREINTA Y UN DIAS DE 1914 QUE CAMBIARON LA FAZ DEL MUNDO", DE BARBARA W. TUCHMAN

En 1914; la palabra "gloria" se pronunciaba sin inhibiciones de ninguna clase, y el "honor" era un concepto familiar en el que la gente creía.



En 1914, con la excepción de las batallas de los Balcanes, no había habido una guerra en Europa durante toda una generación.

Cuando terminó el mes de julio de 1914, Europa vivía aún inmersa en la engañosa placidez de la "belle époque", instalada en la dilatada continuación de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fructífero, que no acababa de pasar

Treinta y un días después, comenzaba el siglo XX, y de la "belle époque" no quedaba más que un montón de ruinas humeantes: tronaban los cañones de agosto


"La guerra había de ser -escribía Thomas Mann- una purificación, una liberación, una enorme esperanza. La victoria de Alemania será la victoria del alma sobre el número. El alma alemana es opuesta al ideal pacifista de la civilización, ya que, ¿acaso la paz no es un elemento de corrupción civil?".

El mundo se hartó de oír cómo Alemania hacía entrechocar sus espadas. "Estábamos hartos ya de ese militarismo prusiano y de su desdén hacia nosotros y hacia todo lo que ayuda a la felicidad común y es considerado como sentido común, y, por lo tanto, -escribía George Bernard Shaw- nos levantamos para luchar contra ello".


Inglaterra no había construido su marina para mantenerla anclada en los puertos. Atacaría y, con toda probabilidad, sería derrotada. Alemania perdería sus barcos, pero Inglaterra perdería el dominio de los mares, que pasaría a manos de Estados  Unidos, que sería el único país que saldría beneficiado de una guerra en Europa.

La victoria de Alemania significaría el entronamiento permanente del dios de la guerra sobre todos los asuntos humanos.


Los rusos, cuyas rencillas con Austria habían desencadenado la guerra, estaban agradecidos a Francia porque había hecho honor a su alianza, y, a su vez, ansiosos por demostrar la misma lealtad apoyando todos los esfuerzos galos"Nuestro objetivo -declaró el Zar, demostrando mayor entusiasmo que el que sentía en realidad- es el aniquilamiento del Ejército alemán".

Sin embargo, su deficiente instrucción, la incompetencia de los generales rusos y la ineficacia de la organización quedaron claramente expuestas en el curso de la batalla de Tannenberg

El rodillo ruso, en el que los aliados habían puesto todas sus esperanzas, se había desmoronado en Tannenberg como si fuera un castillo de naipes.

Las proposiciones alemanas a Rusia para una paz por separado empezaron poco después de la batalla del Marne y continuaron durante los años 1915 y 1916. Sea por lealtad hacia los aliados, o por ignorancia a las olas revolucionarias, o, simplemente, por parálisis de la autoridad, lo cierto es que los rusos jamás las aceptaron.



Los alemanes estaban obsesionados por las violaciones de las leyes internacionales. Pero no tenían en cuenta que habían causado una violación por su sola presencia en territorio belga.

La obsesión alemana se dividía en dos partes: que la resistencia belga era ilegal y que estaba organizada desde "arriba" por el gobierno belga o los alcaldes, los sacerdotes y otras personas de "arriba". Y las dos partes establecían el corolario: las represalias alemanas estaban justificadas y eran legales.


Mientras tanto, en el frente occidental, las tropas francesas y alemanas combatieron ininterrumpidamente durante dieciocho días hasta que, al final, reconociendo, demasiado tarde, el fracaso, Moltke renunció, el 8 de septiembre, a la ofensiva y al ataque contra la línea fortificada de Francia

Si el Primer y Segundo Ejércitos franceses hubieren cedido en algún punto, si hubiesen caído bajo el ataque final de Ruppretch el 8 de septiembre, los alemanes habrían logrado su Cannae y no hubiese habido oportunidad de que los franceses lanzaran su ataque en el Marne, el Sena o dónde fuese.

Si existió un milagro en el Marne, éste fue posible gracias al Mosela. Sin Joffre no hubiese existido un frente aliado que les hubiese cerrado el paso a los alemanes. Su indómita confianza durante los trágicos y terribles doce días impidió que el Ejército francés se desintegrara en una masa destrozada y fragmentada.

Un comandante más brillante, de reacciones más rápidas y tajantes, hubiese podido haber evitado errores básicos, pero, después del desastre, aquello que necesitaba Francia lo poseía Joffre. Es difícil imaginar a otro hombre que hubiese podido sacar a los Ejércitos franceses de la retirada en condiciones de luchar nuevamente. Fue Joffre, a quien a ningún momento dominó el pánico, quien organizó el ejército para la lucha

Ni Mons, ni el Marne, sino Ypres, fue el monumento real al valor inglés, así como fue también la tumba de cuatro quintas partes del Cuerpo Expedicionario Británico.


El "Plan Schlieffen" había fracasado, pero había obtenido el éxito suficiente para que los alemanes ocuparan toda Bélgica y el norte de Francia hasta el Aisne.

Después del Marne, la guerra adquirió unas proporciones cada vez más grandes y se extendió hasta afectar a naciones de ambos hemisferios, a las que involucró en una dinámica de conflicto mundial que ningún tratado de paz podía detener.



A un promedio diario de cinco mil vidas, e, incluso, a veces de cincuenta mil, y absorbiendo constantemente munición, energía, dinero, cerebros y gente destruida, el frente occidental consumió todos los recursos de los aliados y provocó el fracaso de esfuerzos entre bastidores que, como el de los Dardanelos, hubieran podido acortar la guerra.

Los hombres no pudieron soportar una guerra de semejante magnitud y dolor sin esperanza, la esperanza de que esa atrocidad mayúscula garantizaría que nunca volviera a ocurrir nada semejante y la esperanza de que esos años de lucha sin cuartel conducirían a un establecimiento de los fundamentos de un mundo mejor.

Pero, al concluir, la guerra tuvo numerosas y variadas consecuencias, pero una de ellas se dejó notar por encima de las demás: la desilusión

"Todas las grandes palabras dejaron de tener sentido para esa generación", escribió D. H. Lawrence a modo de sencillo epitafio paras sus contemporáneos.


"Los cañones de agosto: Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo", que fue publicado por RBA, tiene 592 páginas y puede ser adquirido por un precio de 28,00 euros.

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